Antonio Duarte.
DE LA DIGNIDAD
Me pareció el colmo:
Televisa Sonora @TelevisaSON publicó por la mañana: Un hombre reportó a la policía que había sido objeto del robo de 130 tamales, así como de su triciclo en el que salía a venderlos, los hechos ocurrieron en la colonia Los Arcos de #Hermosillo.
Por supuesto, espero este hombre logre le regresen su patrimonio, supongo es su base para asegurar su propia asistencia y la de su familia. Por lo pronto, su caso me hace pensar en hasta dónde hemos llegado. Todavía hace unas décadas era un orgullo expresar a los cuatro vientos: soy pobre, pero nunca ladrón.

También recuerdo que de niños, la peor loza que podía ponerse sobre alguien con quien te disgustabas era llamarle “robalón”. El robar, o bien quedarse con lo que no es propio, ha sido de lo más mal visto por la humanidad. Es una de las faltas con mayor condena moral.

Ahora bien, la virtud de no robar consiste no solo en no tomar para sí lo que no es propio o no tomar lo ajeno (aunque no sepas de quién es), sino en sentir vergüenza por haberlo hecho, por querer hacerlo o por siquiera pensarlo (pecar de pensamiento, palabra o acción, dice el catecismo), y eso, en aquellos tiempos, trascendía a toda la comunidad.

Si alguien denunciaba ante los padres que habían visto a uno de sus hijos sustrayendo algo ajeno, la paliza era segura antes de averiguar, y de confirmarse la especie, los regaños duraban días, semanas y en el curso de los años se seguía haciendo el reclamo de esa villanía.

Vuelvo a la información del robo al señor de los tamales. Como sociedad debería darnos vergüenza que eso suceda, como también se dio, peor aún, en el tumulto alrededor de los camiones accidentados con cargas de cervezas, más recientemente de carne de puerco: la escena es indigna, vergonzosa, para llorar; es el derroche de indisciplina y desconsideración, amén de la insultante ausencia de la autoridad.

Ya sé que me van a hablar de las causas –como la pobreza o la falta de empleo– que generan estos actos; pero esto no es tan cierto, en aquellos tiempos había más pobreza y menos empleo. Sucede que también había moral social, y disposición rectora de los padres, que preferían privarse de alguna comodidad antes que permitir que alguno de sus hijos torciera el rumbo de su formación moral y de respeto. (Al menos esa fue mi experiencia con mis padres, así como lo que alcancé a ver en mi entorno).
Había dignidad. Urge rescatarla.

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